PERDÓN Y RECONCILIACIÓN


Perdón vs reconciliación


Tras recibir una ofensa, puedo perdonar, pero no necesariamente querer volver a tener relación con la persona o personas que me han ofendido. El perdón es un proceso unilateral en el que uno mismo decide perdonar o no. La reconciliación significa una vuelta a la relación, un retomar el estado de las cosas anterior al conflicto. Es, por tanto, un proceso multilateral: o se reconcilian todas las partes en conflicto o no existe reconciliación. Así, la reconciliación incluye el perdón, pero perdonar no significa necesariamente reconciliación.


Cuando decido perdonar al que me ha ofendido, estoy haciendo un ejercicio conmigo mima para poder desprenderme del rencor, de la rabia, de la necesidad de venganza, del deseo de dañar al que me ha dañado… y que tanto dolor me causa.


En la reconciliación voy más allá, doy un paso más: recorro el camino hacia mi ofensor incrementando la compasión hacia él y reconociendo su propio sufrimiento. El perdón es un ejercicio terapéutico para conmigo misma y la reconciliación es un ejercicio social, hacia el otro.



El proceso del perdón


Para alcanzar con éxito un proceso de perdón y reconciliación es preciso recorrer diferentes pasos, todos ellos determinantes:


El perdón no es un acto que ocurra de manera instintiva o mecánica, ni tampoco es una casualidad. En primer lugar, existe una etapa de concienciación, de reconocimiento de los daños sufridos y provocados y de las emociones implicadas en ese proceso (miedo, ira, culpa, vergüenza, rencor, etc.). Tengo que ser capaz de reconocer los errores que he cometido para poder corregirlos y poder recuperar así el sentimiento de libertad, de ecuanimidad y de paz conmigo misma.

En segundo lugar, tengo que decidir perdonar, es decir, tengo que tener la firme intención de perdonar. El perdón es un acto consciente, por lo tanto, tengo que querer perdonar y ser consciente de ello.


Seguidamente es necesario tomar perspectiva de la situación, ver los acontecimientos desde otros ángulos y tomar distancia de mis propios sentimientos y pensamientos para poder ponerme en la verdad del otro, para poder empatizar con su verdad. En este punto, con toda probabilidad, voy a necesitar tiempo, para que las heridas cicatricen y pueda ser capaz de mirar atrás sin miedo ni dolor.


Uno de los pasos más complicados es el de comprender al ofensor, entender por qué hizo lo que hizo o dijo lo que dijo. Aunque no comparta sus puntos de vista, actitudes, comportamientos, maneras de hacer y pensar, etc., ello no tiene por qué impedirme iniciar un proceso de perdón.



El proceso de la reconciliación


Una vez he perdonado, la reconciliación empieza a caminar desde la víctima en dirección al ofensor, construyendo una especie de puentes simbólicos. En este proceso de reconciliación es importante la reconstrucción de la verdad, una verdad que se crea sumando la propia verdad y la verdad del otro. Pero la verdad del otro sólo se pude reconocer practicando la escucha activa, la comunicación asertiva, la empatía y la compasión y reconociendo que cada cual tiene una perspectiva particular de cómo sucedieron las cosas. La memoria juega un papel muy importante en este ejercicio de construcción de la verdad, puesto que es necesario no distorsionar lo que ocurrió y cómo ocurrió, sino ser lo más objetivos posible. No “hay que olvidar”, no “hay que pasar página”, sino poder contar lo que ocurrió desde la serenidad y el reconocimiento del dolor propio y del ajeno.


Una vez que ambas partes se han reconocido mutuamente como víctimas y ofensores y se ha reconstruido una verdad compartida, es importante que la justicia actúe de forma restaurativa, es decir, de manera que se consiga recuperar al que ofendió, no castigarlo. En este punto, podemos tener en cuenta una reparación simbólica que compense el sufrimiento, ya que, desafortunadamente, no siempre es posible una reparación absoluta del dolor causado. Esta reparación, este pacto va a permitir que podamos convivir en paz.



Perdonar, porque me hace ser libre


Perdonar es, pues, un proceso personal que requiere de un gran valor y de una gran capacidad de autoestima y también de amor y compasión por los demás. Eso sí, al final de este camino me espera la sensación de paz, de libertad y de harmonía: ¡Merece la pena intentarlo!

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