¿Cómo podemos afirmar que estamos viviendo la época menos violenta de nuestra historia cuando estamos permitiendo que haya cientos de miles de personas muriendo en “otra parte del mundo” y otros tantos cientos de miles huyendo de sus hogares a la desesperada y sin encontrar apoyo, consuelo, ayuda por parte de “esta parte del mundo”?
La negación de auxilio, la omisión de ayuda o el “mirar hacia otro lado” son formas de violencia, en tanto que estamos actuando de una forma irresponsable e insolidaria. Sólo es necesario echar un vistazo a los conflictos bélicos que están en pleno auge hoy día y en los que los países capitalistas no tienen intención (ni interés) de intervenir, o las personas que se dejan la propia vida buscando un futuro mejor para ellos y para sus hijos.
El concepto de violencia se ha ido transformando con los tiempos. Actualmente podríamos encontrarnos con multitud de situaciones que quizá hace unos cientos de años no existían, o por lo menos, no tenían un nombre propio. Tanto el concepto en sí, como la propia violencia se reinventan para hacer frente a los nuevos tiempos. ¿Cuántas formas de nombrar la violencia conocemos hoy en día que no tenían nombre, por ejemplo, en la Edad Media? ataque suicida, muro anti-personas, injerencia, inmolación, secuestro masivo, narco asesinato, paraíso fiscal, mobbing, bullying, xenofobia, violencia de género, homofobia, deforestación, contaminación…
Los tiempos cambian y, por lo tanto, también ha de cambiar nuestra forma de ver y sentir lo que nos decimos y nos hacemos los unas a los otros, para evitar toda forma de violencia. Quizás recuperar la capacidad para ser humildes en vez de arrogantes, de reconocer los errores que hemos cometido y enmendarlos en pos de una convivencia en paz, sea un primer paso para dejar de hacernos daño, para vivir en harmonía y para cuidar el planeta.
No lograremos vivir en paz mientras no recuperemos el respeto y amor por la tierra, mientras no dejemos de hacerla sufrir. Y es TIERRA, en mayúsculas, porque incluye a los seres humanos, a los animales, los bosques, los mares, los desiertos, los glaciares…
En mi opinión, nos hemos olvidado de que somos parte de la tierra y, por lo tanto, tenemos que reaprender a cuidarla, como cuidamos de nuestro propio cuerpo. No es cuidarla el no reciclar, el deforestar, el no abandonar el uso de los combustibles fósiles, el explotar minas y bosques de forma masiva… En definitiva, el no cuidar de la naturaleza y de todos los seres vivos con los que compartimos esta tierra y con los que vivimos necesariamente en interacción e interdependencia, genera sufrimiento y violencia.
No podemos seguir obviando que nuestros privilegios son a costa del sufrimiento de otros seres humanos y del sufrimiento de toda la tierra.
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