EL DISCURSO DEL MIEDO


El miedo "al otro" es la chispa que puede encender la violencia


Cuando nos sentimos seguros, protegidos, satisfechos, es más probable que no necesitemos echar mano de la violencia para defendernos "del extraño".


Los prejuicios que, en ocasiones, tenemos contra otras personas, se basan en el miedo que nos provoca el desconocido, su cultura, su religión, su color de piel, sus normas, sus costumbres. Son esos prejuicios los que nos hacen asociar erróneamente el aumento de la inmigración con el aumento de la delincuencia, el paro, la criminalidad, etc. “Los inmigrantes nos roban, nos quitan el trabajo”. Este discurso, desgraciadamente, está fomentado de una forma sutil por los medios de comunicación, los partidos políticos y las diferentes instituciones gubernamentales. Las políticas de inmigración a día de hoy se resumen en el control policial de la entrada en el país y la expulsión de los residentes “ilegales”. No podemos olvidar la función que los centros de internamiento de inmigrantes (CIE) tienen al respecto del control de los movimientos de la población. En mi opinión esta no es la manera de demostrar nuestra hospitalidad hacia aquellas personas que quieren convivir con nosotros para buscar nuevas oportunidades para ellas y para sus hijos.


Nos genera miedo, también, el no tener nuestras necesidades básicas cubiertas: seguridad, supervivencia, bienestar, identidad y libertad. El miedo es un mecanismo de alarma, un estímulo que nos avisa de la urgencia de obtener esas necesidades básicas. El proceso Necesidad-Miedo-Acción describe el sistema básico del origen, el funcionamiento y el desarrollo de los conflictos. Cuando nos damos cuenta de que nuestras necesidades básicas no están satisfechas o están en peligro, el miedo hace su aparición y es ese miedo el que nos lleva a la acción, a buscar la manera de satisfacer esas necesidades, incluso mediante la violencia si es necesario.



Acción, auxilio, compasión...


La negación de auxilio es también una forma de violencia en cuanto a que nuestra no-actitud, nuestro no-comportamiento, nuestra no-acción, comportará un sufrimiento a otras personas a quienes se lo hubiéramos podido evitar si hubiéramos actuado en su momento. Comportándonos de esta forma irresponsable e insolidaria estaremos practicando una violencia por omisión. Un claro ejemplo de esto último es la poca o nula ayuda que los refugiados, desplazados o migrantes del mundo están recibiendo hoy de parte de los demás países. La huida varios millones de personas hacia Europa, buscando mejores condiciones de vida, no ha conseguido todavía despertar nuestra solidaridad, nuestra empatía y nuestra compasión.


Ante este agravio sólo cabe la educación para la paz, sólo cabe recuperar la capacidad de indignarnos cuando, en pos de la “seguridad”, tanto los políticos como las fuerzas y cuerpos de seguridad de los estados impiden el movimiento libre de personas de unas tierras a otras y, en nombre de esa seguridad, se menosprecian las libertades y los derechos humanos.

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